Con una superficie de 297 m² destinada a acoger hasta 81 comensales, y una cocina de 100 m², el equipo se embarcó en el diseño y construcción de un restaurante que reflejara la riqueza del recetario tradicional de las culturas gastronómicas mexicana y mediterránea. Se decidió conservar el pavimento original de hormigón como base, y a partir de ahí se vistió el espacio con una paleta cromática inspirada en la esencia y materialidad de los elementos naturales. Predominan los tonos áridos y terrosos, evocadores del universo cálido, especiado y vibrante de México.
Se incorporaron distintas texturas y efectos de aguas para destacar la belleza de las imperfecciones y la irregularidad espacial. Esta riqueza material se completó con mobiliario de madera y fibras naturales, aplicaciones de microcemento en color terracota, ladrillo visto y un cristal catedral que recorre y envuelve el entorno. El restaurante se estructura en torno a tres ecosistemas principales: la zona de barra, la zona de comedor y la cocina. El concepto de “jiribilla”, palabra mexicana que alude tanto a una inquietud como a un doble sentido, sirve de inspiración para esta distribución. Así, estos tres espacios conviven en armonía, creando una experiencia dinámica y fluida desde la entrada hasta el corazón culinario del lugar.