El proyecto se gestó en torno a la idea de traer el pueblo a la ciudad. Por ello, la referencia principal era ese bar de pueblo en el que se reúne la gente a ver pasar el día. El espacio se diseñó con un salón en el primer espacio amplio de la entrada, vinculado a la calle y con luz natural. Al fondo, en el otro espacio amplio, se incorporó la cocina. El espacio en forma de pasillo que interconectaba los dos espacios recién descritos, se usó para colocar una gran barra. Al fondo, se mantuvieron los aseos, pero generando un acceso discreto y creando sensación de privacidad en ambas direcciones. Por último, pero ubicado en primer término, un vestíbulo de acceso, espacio polivalente que no es ni interior ni exterior, sino que sirve para recibir, pero también para organizar el espacio y tomar algo en él.
El salón, amplio y luminoso, se montó próxima a la luz natural recreando la atmósfera de cuando hacemos un picnic en el campo, su espontaneidad, su libertad, sus plantas y una iluminación de terraza de pueblo, aunque traducida a lo actual de la ciudad. La gran barra, larga y caótica, sencillamente se fue seccionando para albergar diversos usos (bar, mesón y cocina). Finalmente, la materialización de las ideas: mobiliario inspirado en los pesebres donde comen las vacas, fachada con aires de invernadero, techos de atmósfera fabril. Acero galvanizado para las estructuras, que nos lleva figuradamente a las instalaciones ganaderas, maderas recicladas para aportar la calidez característica de los pueblos. El suelo interpretando los pavimentos tradicionales, tela de mantel de cuadros, taburetes de corcho natural, vegetación preservada…todo ello reinterpretado para la ciudad, diseñado y fabricado de forma artesanal. En definitiva, un trabajo que se desarrolla con la familiaridad de lo conocido, con un resultado con sabor a pueblo, ¡que es la caraba!